Cabecera e Politecnica Sostenible

Entrevista a Olga Rico

Olga Rico es ingeniera de Telecomunicaciones y estudiante del máster en Ingeniería Biomédica en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicaciones de la Universidad Politécnica de Madrid. Durante la pasada Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático celebrada en Madrid actuó como Delegada de la UPM.

En esta entrevista nos cuenta su experiencia como estudiante de la UPM y delegada en la COP25.

Pregunta: Cuéntanos tu historia como estudiante de la UPM, ¿cuándo empezaste? 

Respuesta: Empecé a estudiar en la Universidad Politécnica de Madrid hace seis años. Cursé Ingeniería de Telecomunicaciones en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicaciones, y me he especializado en aquello que me apasiona: la ingeniería aplicada a la medicina, con el máster en Ingeniería Biomédica, también en la ETSIT.

Durante mis años de estudiante en la UPM siempre he tratado de compaginar los estudios con múltiples actividades:  he estado federada en natación y compitiendo a nivel nacional durante cuatro años, me he formado en improvisación teatral, en idiomas, realizado voluntariados, colaborado en proyectos con el profesorado universitario. Digamos que he sido de esas personas que se apuntan a todo.

Olga Rico

Cuando llegué a la Universidad me di cuenta de las múltiples posibilidades que te brinda, que podía aprovechar mucho más mis años allí, no solo dedicándome a ir a clase y estudiar. Y creo que de esta forma al salir me llevo una mejor y más completa versión de mi, aprendiendo tanto de lo teórico de los estudios, como de la práctica y la vida.

Y, ¿como voluntaria en Global Challenge?  ¿Cuándo empezaste y por qué?

Como voluntaria empecé hace un par de años en uno de los fines de semanas formativos, donde por primera vez me di cuenta que había otras personas como yo: que tenían las mismas ganas de hacer cosas para de cambiar el mundo, que podíamos ser la unión perfecta para llevar a cabo iniciativas dentro de la Universidad, y ser un grupo de activistas formados que luchan por el planeta y las personas. 

De la COP25 me llevo una experiencia vital, pero sobre todo la energía que contagian todas esas personas que luchan, dedican su tiempo, tienen esperanza y confían en que las personas son buenas, y cuando se unen son capaces de hacer grandes cosas.

¿Qué es lo que se queda en ti tras tu paso por Global Challenge?

Un aprendizaje totalmente distinto al que se imparte en las aulas, un sentimiento de comunidad, de cooperación, de saber que hay gente buena por el mundo con proyectos e ideas increíbles, humanitarias y revolucionarias, y por supuesto unos amigos maravillosos a los que siento como mi familia.

Además, para mi futuro profesional como ingeniera he podido apreciar qué es realmente lo importante, y no es desarrollar el más innovador aparato tecnológico, sino “poner la vida en el centro”, es decir, preocuparse por ayudar a desarrollar y desplegar lo importante para la vida: A la gente no le interesa que su tumor se pueda ver con el último dispositivo tecnológico en 4K, la gente lo que quiere es no tener tumores.  Por lo tanto, ocupémonos en satisfacer las necesidades del conjunto de las personas, no los deseos de unos pocos.  

Pero, en definitiva, lo que me llevo son ganas de seguir trabajando por hacer de este mundo un lugar mejor.

Llega la COP25, ¿qué pasó antes del comienzo? ¿qué descubriste al conocer a la Conference of Youth?

Lo que sucedió fue que recibimos la noticia de que la Cumbre Mundial del Cambio Climático que pretendía tener lugar en Chile, tuvo que cambiar su sede debido a las protestas sociales del país. Así se decidió acoger la Cumbre en Madrid, a tan solo un mes de su celebración en el país anfitrión.

La COY, Conference of Youth, es la cumbre anterior a la COP en la que los protagonistas son los jóvenes. En ella se les forma en distintas temáticas sociales y medioambientales, se trabaja por grupos multidisciplinares y se llegan a acuerdos que se exponen públicamente al finalizar la COY, estos acuerdos se llevan a la COP para que la palabra de los jóvenes se tenga en cuenta, se escuche, y ayude a los negociadores a tomar decisiones con el respaldo social.

La UPM decidió ser sede para la COY15 y nos citaron en el rectorado al secretario de la asociación BEST: Nacho Sánchez, y a los coordinadores de Global Challenge: mi compañero Dani Jiménez y yo. En esa reunión nos pedían colaboración para convocar al voluntariado de la UPM y resto de universidades, y para su coordinación en las actividades de la COY15 y COP25.

La preparación para la COY15 fue totalmente a contrarreloj; si la para la COP25 había poco tiempo para la COY15 tan solo teníamos un par de semanas, en las que debíamos coordinarnos con el equipo de Chile para que todo lo que tenían programado que sucediese allí, ocurriera aquí.

En la UPM las actividades iban a tener lugar en la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, por lo que se decidió incluir al equipo de coordinación a mi compañera de Global Challenge y amiga Mar Martínez, que estudia allí. Así fue como Mar, Nacho y yo, trabajamos de la mano con el equipo directivo de INEF, y el Vicerrectorado de la UPM, para armar una estructura de disponibilidad de espacios y coordinación de voluntariado, clave para la confección exitosa de la conferencia de los jóvenes.

¿Qué papel jugaron los voluntarios?

Los voluntarios tenían el papel de ayudar a los jóvenes que venían de todos los países del mundo, y guiarlos por la facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte. También, de comprobar que para la realización de los talleres estuviese en funcionamiento el material, pudiesen encontrar su taller o grupo de trabajo dentro de la facultad, y que cualquier contratiempo fuera resuelto para que la celebración de la conferencia se llevase a cabo de la forma más parecida a cómo se había planeado en Chile.

Además, los voluntarios estaban organizados por turnos, y en los que tenían libres tenían la posibilidad de asistir a talleres, y a grupos de trabajo. Por lo que, además aprovechábamos para formarnos, debatir y aprender de los distintos puntos de vista de todas aquellas personas provenientes de hasta 200 países distintos, resultando una experiencia muy enriquecedora.

Vamos a vivir con menos energía, y vivir con menos energía significa vivir en modelos económicos cuya esfera material va a ser más pequeña.

Durante la COY, pasaste de coordinar a los voluntarios a tener un papel de protagonista. ¿cómo fue esa evolución?

Lo cierto es que fue fruto del trabajo colaborativo con la organización chilena, de los intensos días de trabajo, de las reuniones para acordar la mejor forma de coordinarnos y de resolver los imprevistos.

La parte chilena debía elegir un representante de su equipo, para la presentación de las autoridades en la ceremonia de clausura y además quiso premiar a la Universidad sede con la elección de otro representante de los estudiantes de la UPM y se decidió que yo fuese la estudiante que iba a representar a mi Universidad.

Al finalizar la COY15, empezaba la COP25 y la UPM tenía un stand en la zona verde, por lo que decidieron que Nacho y yo, que formábamos un gran equipo, continuásemos coordinando a los voluntarios allí.

Pero, además, el equipo de Chile quiso que tuviésemos acceso, como delegados de la UPM a la zona azul, donde estaban las autoridades políticas, de la ONU y los negociadores de todos los países del mundo.

Luego empezó la Cumbre, ¿qué hiciste durante la COP25?

Para mí estar en la COP25 fue todo un privilegio, un lugar único al que quién sabe si en otro momento de mi vida iba a volver a tener la oportunidad de asistir. Un espacio en el que sentirse “como una niña pequeña” que podía aprender y tener al alcance todas las formaciones que se podía imaginar sobre: género, justicia social, derechos humanos, ciudades sostenibles, ecosistemas, maneras de generar energía sostenible, y de relacionarnos con el planeta y las personas.

Lo que hice fue asistir al máximo de formaciones, conocer negociadores, y demás gente que se preocupaba por el futuro del mundo y sus distintas perspectivas. De la COP25 me llevo una experiencia vital, pero sobre todo la energía que contagian todas esas personas que luchan, dedican su tiempo, tienen esperanza y confían en que las personas son buenas, y cuando se unen son capaces de hacer grandes cosas. Pero lo urgente es que todos nos movamos en una misma dirección.

¿Qué aprendiste de la COP25 y el desafío del cambio climático?

En la COP25 aprendí muchas cosas, pero sobre todo reflexioné. Allí entendí, por ejemplo, que casi todo el mundo tiene claro que debemos pivotar hacia modelos energéticos sostenibles. Pero lo que no todo el mundo entiende es que, aunque evidentemente la población mundial pueda vivir de las energías renovables y limpias, esto no es posible mientras los niveles de consumo y el tamaño material de las economías sea tan grande.

Las tasas de retorno de las fuentes de energía limpia son en torno al 15 para la energía solar, en torno al 10 para la solar térmica, o entre 0,8 y 1,2 para los biocombustibles. Esto está muy lejos de las tasas de retorno del petróleo, que en el siglo pasado eran del orden de 80/90, o la actual, con tasas de retorno en torno al 15/20.

Además, para poder utilizar las fuentes de energía disponibles de manera natural como el sol o el viento, se requiere la extracción de minerales para la fabricación de placas, aerogeneradores, y estos minerales en su mayoría extraídos del “sur mundial”, ya han alcanzado sus picos extractivos hace años, como el caso del cobre, y otros lo alcanzarán en los próximos 20-25 años.  

Las energías limpias no sirven para sustituir todo lo que el petróleo ha proporcionado y todo lo que está proporcionando todavía. No son suficientes para sustituirlo y sostener el tamaño de esa enorme maquinaria de movilidad,  extracción, y construcción que supone en este momento la economía globalizada.

Por lo tanto, vamos a vivir con menos energía, y vivir con menos energía significa vivir en modelos económicos cuya esfera material forzosamente va a ser más pequeña.

Reflexionando un poco más en la procedencia de los materiales para producir energía como el litio, cobre o el petróleo nos sonaban nombres como: Siria, Libia, Ruanda, Chile, Venezuela, Colombia, Bolivia; hablamos en su mayoría de países del sur global; de los que también proceden las personas a las que se cierra la puerta, pero que curiosamente se abre a los recursos, alimentos, pesca que vienen de esos mismos países. Los países autodenominados “desarrollados” son enormemente deficitarios en materias primas y excedentarios en residuos, y estos países construyen su existencia material a partir de lo que viene de otros países.

Además, muchas de las personas a las que se cierra la puerta son lo que se conoce como “Refugiados climáticos”. Según ACNUR, “En 2019, las condiciones meteorológicas peligrosas provocaron cerca de 24,9 millones de desplazamientos en 140 países. Y La investigación muestra que, sin una acción climática y una reducción del riesgo de desastres ambiciosas, los desastres climatológicos podrían duplicar el número de personas que precisan asistencia humanitaria hasta alcanzar los 200 millones anuales en 2050”.

Pero para entender toda esta situación, basta con hacer una búsqueda en Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), o por ejemplo en el IPBES, un organismo análogo al IPCC sobre la pérdida de biodiversidad, escuchar lo que nos dice la comunidad científica, o incluso la Organización Mundial de la Salud, que está de acuerdo en que debemos configurar sistemas sanitarios que nos protejan, sobre todo en el ámbito de la atención primaria; así como formas de organizar la vida en común, en las que seamos conscientes de cuáles son los riesgos a los que nos vamos a enfrentar como consecuencia de los cambios que se están produciendo y se van a producir en el planeta; y así, nos preparemos en mayor medida para afrontarlos de la mejor manera posible.

¿Deberían tener más presencia los ODS en los planes de estudio?¿Qué deberían saber los estudiantes de la UPM sobre el cambio climático?

Si, por supuesto deben tener más presencia. Es urgente que la gente conozca lo que está ocurriendo, sobre todo teniendo en cuenta que precisamente los ingenieros, y arquitectos son imprescindibles para la construcción de ciudades sostenibles y para la transición ecológica.

Como dice Jorge Riechmann “No se puede salir de un pozo, si previamente uno no es consciente de que está en él”.

Estoy segura de que hay mucho futuro para los estudiantes de la UPM como protagonistas del cambio de paradigma en las ciudades y en los nuevos modelos de sociedades; pero necesitamos que los protagonistas se formen, comprendan y utilicen los recursos para hacerlo posible.

¿Crees que los estudiantes universitarios (y los jóvenes en general) tienen conciencia real y sólida sobre los ODS y el cambio climático?

Creo que cada vez hay más conciencia. De hecho, como bien sabemos, son los jóvenes los precursores de muchos movimientos activistas ante la emergencia climática: Fridays for Future, Extinction Rebellion, o Global Challenge son algunos de los ejemplos.

Pero a pesar de esto, todavía existe mucha desinformación. Nos han acostumbrado a estar distraídos con tecnología, multitud de actividades o planes. Y lo que ha pasado a la esfera menos común es parar, tener tiempo para pensar y reflexionar. De hecho, distraídos tiene una etimología muy interesante, significa “fuera del centro”; fuera de la vida, del planeta y de las personas.

Así que, paremos, reconstruyamos y repensemos cómo queremos vivir.    

¿Qué papel jugáis los estudiantes universitarios en el reto por ralentizar el cambio climático? ¿Cómo pueden los jóvenes contribuir en la lucha contra el cambio climático?

Los jóvenes tienen el papel más importante en la lucha contra el cambio climático, serán los habitantes de las ciudades del futuro, en nosotros recaen y recaerán las peores consecuencias de la insostenibilidad de las ciudades, de la organización de las sociedades y del modelo de consumo.

Porque nos enfrentamos a un gran problema cuando construimos sociedades donde la economía es antagonista a la salud, y en la que la salud de la economía es antagonista a la naturaleza de la que dependemos para el bienestar de las personas.

Entendiendo por qué no podemos continuar creyendo que el modelo globalizado de consumo como el actual es compatible con una vida digna para todas las personas, la clave pasa por articular políticas en torno a los bienes comunes. Y que los que unos consumen de más, no lo tengan otros de menos. Para ello, no debemos deslizarnos por el tobogán de las falsas soluciones. Elinor Ostrom, la primera mujer economista en ser galardonada con el Premio Nobel de Economía, evidenció y demostró que la economía de los bienes comunes se ha podido sostener en muchos lugares y gestionar de forma rápida y razonable; y de ahí podemos aprender bastante.

Tenemos fuerza, voz y queremos que la clase política nos escuche y nos tenga en cuenta, como ocurrió en COY15. Aprovechemos los medios que se nos brindan, unámonos y cambiemos hacia los modelos de sociedades y de ciudades que soñamos ahora para nuestro futuro.

¿Qué recomiendas al equipo rectoral y de los Centros en relación con el reto del cambio climático?

El Rectorado tiene un gran reto para con la comunidad universitaria. En primer lugar, asegurándose de que en los alumnos de la UPM emane la conciencia climática, y que contribuya a esa constelación de movimientos, dentro la enorme organización social.

Es cierto que hace falta mucho I+D+I, pero esta misma cifra multiplicada por 15 hace falta de un I+D+I social y político, de pensar cómo queremos que se construya ese futuro en común, en los cuidados compartidos, producción de alimentos, y que mientras lo construyamos seamos capaces de transformarlo en un tiempo de vida placentero. Que nos lo pasemos bien pensando cómo imaginar horizontes de utopía, horizontes de deseo, que sean compatibles con los límites físicos del planeta y con la situación que atravesamos.

Y es aquí donde la universidad podría ser el lugar de partida, dónde construyamos comunidades en las que nadie tenga miedo al futuro, donde germinen espacios comunitarios, donde nos articulemos para conseguir respirar un aire que no envenene, tratando de formar cooperativas de consumo, espacios de agroecología donde comamos alimentos que no nos intoxiquen ni a nosotros ni a la tierra, y garantizando la inclusión.

Lo mejor que puede hacer la universidad es esto, ser vía y ejemplo de cómo podemos apostar por modelos de sociedades que organizan la vida en común de una forma completamente diferente.

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